―Mi nombre es Areahnel ―sorprendió la elfa con una suave y melódica voz, utilizando perfectamente la lengua iluskana del Norte―. Un ardid de mis ancestros me permite ahora comunicarme con vosotros.
Ramus se quedó perplejo, sosteniendo una pierna de carne humeante frente a su boca abierta, entre hambre y estupor. Rúntemor fijó sus ojos recelosos en la desconocida. «Magia de los elfos», pensó mientras masticaba tensamente un generoso bocado de legumbres. Ordan parecía agradado con las perspectivas. Se limitó a dar un último trago de su jarra de bebida y depositarla sobre la mesa.
―La lengua de los descendientes de Ilusk me es conocida ―prosiguió―, pero la hablo con torpeza. Este ardid me posibilita hacerlo correctamente, con frases versadas y civilizadas. Los de mi sangre nos expresamos frontalmente, sin aderezos, con la brusquedad que corresponde a la naturaleza salvaje. Os pido me permitáis continuar usándolo con vosotros para compartir mi relato.
Rasmus depositó la pierna de carne de regreso en el cuenco. Titubeante, buscó a Rúntemor con la mirada, pero este tenía los ojos, cada vez más furiosos, clavados en la elfa. Tanteó luego a Ordan, quién le dirigió otra de sus agradables sonrisas de cortesía. Indeciso, se encogió de hombros y esperó acontecimientos.
―¡Cuando dices ardís, quieres decir sortilegio! ¡Un sortilegio élfico! ―estalló Rúntemor escupiendo al aire pequeños restos triturados―. Y además justificado con fanfarrias. Jamás vi a un elfo expresarse con brusquedad. ¡Al contrario! Son zalameros embaucadores, y en ello tienen mucho que ver sus ardises. ¡¿Por eso querías tomar la palabra en primer lugar?! ¡¿Para enredarnos con tu brujería élfica?!
El enano, alterado y algo atragantado, buscó, con un gesto de cabeza, la aprobación de su compañero bárbaro a sus palabras. Este, aún vacilante, rehuyó el contacto visual. Se escudó tras su trozo de carne, acercándolo de nuevo a su boca, y retomó su ingesta con impostada voracidad.
Las risotadas de Ordan sonaron atronadoramente.
―Me pregunto qué elfos habrás conocido tú, amigo enano… ¡Sin duda los peores del continente! Os pido amablemente a ambos, y a ti en especial, mi desconfiado huésped, que seamos un público tolerante y aceptemos este ardid que ella menciona, para que podamos disfrutar de sus palabras. La muchacha nos ha pedido permiso, decidme qué embrujador malintencionado lo haría. En lo que a mi concierne, tienes mi aprobación, Areahnel.
Rasmus acompasó su masticar a la relajación en la tensión de la mesa. No entendía eso del ardís que tanto se mencionaba, pero era un hombre supersticioso y las palabras sortilegio y brujería, evocadas por Rúntemor, le sonaban a malos augurios y peores consecuencias. Sin embargo, Ordan parecía un tipo astuto camuflado bajo una fachada de bonachón, así que decidió confiar en en el posadero y secundar su apoyo.
―Fambién fienes la fía ―farfulló aún con la boca llena―. La fomida enfra mefor afompañada de una fuena hisforia.
Rúntemor Piedraerrante maldijo para sus adentros. Enfurruñado, dedicó una última ronda de miradas de indignación a sus compañeros de mesa, engulló un enorme trozo de hogaza, vació toda su jarra de bebida en el gaznate, y sucumbió con un ademán apático hacia la elfa. Una aprobación forzada para que siguiera adelante con su historia.